UN DUO QUE "SE LAS SABE TODAS"

Teté Coustarot entrevistó a Roberto Antier y Pablo Novak para el Semanario Democracia. La dupla de actores, hijos de Violeta Antier y Chico Novarro, propone evocar aquellas épocas de una manera divertida con “Una que sepamos todos”, el espectáculo que protagonizan en la Librería Clásica y Moderna. Un mano a mano imperdible.



Si viste tu adolescencia en la década del 70 o del 80, seguramente te acordás de la bolsa de cospeles que llevabas al teléfono público para poder hablar tranquilo con tu novia. O cómo te levantabas del sillón para cambiar de canal o subías a la terraza para tocar la antena y mejorar la imagen del televisor. También, por qué no, los días en los cuales gastabas ese disco de vinilo que tanto te había costado comprar. Tal cual lo definieron Roberto Antier y Pablo Novak, se trata de “cosas que no te acordás que te acordabas”.
La propuesta de este dúo es evocar aquellas épocas de una manera divertida con “Una que sepamos todos”, el espectáculo que protagonizan en la Librería Clásica y Moderna. Allí hablaron con Teté Coustarot para el Semanario Democracia para conversar acerca de este café concert que idearon juntos hace 16 años, pero que recién pudieron presentar hace cuatro temporadas.
“En realidad se trata de un autohomenaje, porque comenzamos a hablar de cuando nos conocimos siendo niños; ese es el disparador para dar cuenta de lo diferente que era todo antes: desde cómo abordar a una mina hasta los regalos que hacías; por ejemplo, ya no se usa más regalar un póster”,explica Pablo.
Apenas terminó de decir esto, Roberto comenzó a enumerar una tras otra viejas costumbres que yo misma había creído olvidar, como la de mandar postales desde algún punto turístico del país. Hijos deVioleta Antier Chico Novarro, también hicieron un divertido repaso de sus carreras, que incluyen trabajos muy importantes en teatro, televisión y cine.
–Esta nota es fantástica porque, además de ser grandes artistas, los dos son “hijos de”. ¿Cómo fue ser hijo de?
Roberto Antier: –A mucha honra soy hijo de, incluso mi hija se llama Violeta. Fue un homenaje de mi mujer ni bien supimos que era nena. Cuando la ecografista nos dijo “es nena”, ella enseguida dijo “Violeta”. Perdí a mi mamá a los siete años, y mi hermano tenía tres, así que los recuerdos ya se me confunden con las cosas que me han contado. Mi papá era abogado y locutor, se conocieron en la radio y así nació la historia de amor. Nunca fui conciente de lo temprana que fue su muerte hasta que mis dos hijas tuvieron siete y tres años, porque se llevan la misma edad que nos llevábamos con mi hermano. Cuando las vi a esa edad dije: “qué chiquititas”. Siempre me cuentan cosas de ella, y ya hay algo de mí psiquis que se está destrabando, porque anoche tuve un sueño en el cual hablaba con ella. Me desperté llorando.
Pablo Novak: –Yo la pasaba genial. Creo mi carrera es una continuidad de lo que “curtí” de chico yendo a los canales; la pasaba mal cuando mi viejo no me dejaba acompañarlo al teatro. Tenía 11 o 12 años, y cuando el show era privado, por ejemplo, me enojaba. Lo mismo me pasa ahora con mi hijo Marcos, cada vez que no puede venir conmigo se enoja. Pasa que es algo muy atractivo para un nene.
–¿En qué momento definieron la vocación?
RA: –Minuto uno. Si definimos vocación como lo que me gusta, fue en el minuto uno. Ahora, entre algo que te gusta y la decisión de dedicarse a eso, hay una distancia. Yo fui el típico alumno que se prendía en todos los actos, que hacía imitaciones. Cuando miraba Jacinta Pichimauida llegaba a la conclusión de que todos tenían mi edad y estaban en la televisión, ¿por qué yo no? Me desalentaban pensando que podía llegar a dejar el estudio, pero tampoco me lo prohibieron. Primero tenía que terminar el colegio y después podía hacer lo que quisiera. Viendo cómo se fue dando la vida de varios niños actores, y justamente los de Jacinta, estuvieron en lo correcto. Con eso reprimido, me gustaba mucho la medicina; tenía un primo que oficiaba de hermano mayor en cuanto a la admiración, y él estudiaba eso. Hasta que, intentando reconciliarme con una novia, viajé a Mar del Plata. No logré mi objetivo pero me hice de un lindo grupo de amigos, uno de ellos hijo de un periodista de espectáculos en un diario local. Estábamos cenando y hablaban acerca de que Alfredo Alcón estrenaba una obra. Ese fue el disparador para comenzar a charlar sobre la historia de Alcón y llegaron a mi mamá sin saber que yo era el hijo. Cuando se los dije se sorprendieron muchísimo y me contactaron con Alfredo. Le preguntaron: ¿Te acordás de Violeta Antier? “Cómo no me voy a acordar de mi maestra”, contestó. ¿Y de sus hijos? “Claro que sí, Roberto y Ramiro”. A partir de que supo que yo era Roberto lo acompañé en todas las funciones, íbamos a comer con él y Rivera López. Estando ahí me di cuenta de que esto era lo mío; ese verano del 81 fue la bisagra.
PN: –Yo empecé a los ocho con Alberto Ure. Mis viejos nos mandaron a mí y a mi hermana porque nos la pasábamos montando obras de teatro en casa. Desde muy chico empecé a estudiar música y teatro.
–¿Te gustaba, lo pedías o te mandaron?
PN: –Me encantaba, lo pedía. Para mí la actuación es como el “no trabajo”; se trata de hacer algo que harías sin que te paguen. Está relacionado con el placer y, por lo general, es muy difícil lograr eso con el trabajo.
RA: –Si a mí el supermercado no me cobrara, haría esto gratis (risas).
–¿Y así empezaste, Pablo?
PN: –Sí, pero no fui un niño actor. Estudié teatro muchos años y al mismo tiempo iba al colegio; era muy buen alumno del Carlos Pellegrini. Tanto lo era que quise en un primer momento tener un título universitario: empecé psicología, publicidad, también en el Conservatorio de Arte Dramático, pero finalmente no hubo forma y seguí con el teatro.
–Se conocieron estudiando teatro ustedes, ¿no?
PN: –Nos hicimos amigos allí. El era un par de años mayor que yo y lo tenía como de más arriba, y además empezó a trabajar antes que yo.
–Roberto, ahora fuiste testigo del famoso beso entre Natalia Oreiro y Adrián Suar. ¿Tanto se besaron?
RA: –Hubo que cortar y quedaron firuletes. Adrián terminó con rouge por arriba de la ceja (risas).
–¿Cuáles fueron los trabajos que los han marcado a lo largo de sus carreras?
RA: –En el 83 hubo períodos de mucho trabajo; por alguna razón me llamaban de lugares muy prestigiosos, por ejemplo para participar del elenco rotativo de “Siete ciclos”, que eran siete unitarios diferentes.
PN: –Eso nunca se repitió; incluso en los premios Martín Fierro nunca hay terna para unitarios, siempre es uno solo. Eso es un indicativo.
RA: –Recuerdo con mucho cariño “Lucía Bonelli”, donde éramos tres hermanos junto a Pipo Luque y Claudio Gallardou. Ciclos como “Compromiso”, “Mi cuñado”. Esos master de humor como “Matrimonios y algo más”, Tato Bores. Tuve el privilegio de trabajar en teatro con Antonio Gasalla. Con todos fue como tocar el cielo con las manos.
–Cuéntenme acerca de “Una que sepamos todos”, este espectáculo que hacen en Clásica y Moderna.
PN: –Fue paradigmático también en lo que tiene que ver con mi libro y mi separación hace tres años. En aquel momento, por autoprescripción médica, le pedí a Roberto que volviéramos a poner esta obra que teníamos “freezada” desde 1996 más o menos.
RA: –La idea primigenia fue hacer un café concert, porque siempre que tocábamos y hacíamos cosas en casa de amigos nos pedían que hiciéramos algo juntos.
PN: –Por otra parte, yo ya había laburado acá; con mi viejo hicimos un ciclo muy largo. Después hice cosas solo, Roberto también.
–¿Qué hiciste, Roberto?
RA: –Un ciclo con una banda de siete músicos de jazz, cantando boleros con arreglos tipo Sinatra. Así conocí a mi mujer.
PN: –Yo también conocí a mi mujer acá. Nos pusimos de novios más o menos al mismo tiempo.
–Ah, es muy fuerte el vínculo con el lugar.
PN: –Armamos el show y nos propusimos probar durante un mes, pero por suerte nunca paramos y ya vamos por la cuarta temporada. Además nos llaman mucho para cumpleaños de 40 y otros eventos privados.
–¿Y por qué en ese momento quedó freezada?
RA: –Porque a él le salió un trabajo con continuidad y me dejó colgado de la percha. Cuando nos propusimos ponerla, quince años después de haberla creado, revisamos el material y no hubo mucho que cambiar. Tenemos un monólogo que está hecho con apellidos de famosos; se cuenta acerca de un asado al que fuimos, pero cuando se empiezan a descular las palabras, son apellidos. Tuvimos que cambiar solo dos o tres y resultó ser uno de los números más festejados.
–Lo presentan como un homenaje a los 70 y los 80, pero también como un tributo a Gachi Ferrari.
PN: –En realidad es un autohomenaje, porque empezamos a hablar de cuando nos conocimos, cuando éramos niños, y eso nos remite a qué diferente era todo: desde cómo abordar a una mina para invitarla a salir, lo que era la producción de vestuario, los regalos que hacías, posters por ejemplo, que ya no se regalan más. La gente termina volviendo para decir lo que faltó o para transmitir vivencias propias.
RA: –Por ejemplo, antes se llamaba a las casas y te atendía una abuela a quien le tenías que explicar de dónde eras amigo de la persona con la que querías hablar. Yo iba con la bolsa de cospeles a la cabina porque el teléfono era medido y quería hablar tranquilo con mi chica.
–El otro día me encontré con Gachi Ferrari y me dijo que quedó fascinada con esto.
RA: –Gachi vino a ver la obra, y como el espectáculo arranca hablando acerca de cuánto nos gustaba Gachi Ferrari, el día que fue había cola para sacarse fotos con ella.
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